Una reflexión sobre correr, vivir y no perder el ritmo que te hace bien
En Islakafé hablamos mucho de café. Pero también hablamos de pausas.
De esos momentos en los que uno se detiene, respira y decide seguir.
Esta historia nace desde una media maratón —aunque no la corrí, y estuve ahí por otras razones—, en el fondo, habla de algo mucho más universal: de cómo corremos la vida, de qué tan preparados estamos… y de qué pasa cuando paramos solo un momento. Porque a veces, un café y una reflexión pueden ser ese “sorbo de agua” que nos cambia el ritmo.
Así que si ya tenés una taza cerca, tomala con calma.
Y si todavía no la preparaste, este es un buen momento para hacerlo.
Porque más que leer, esto es una pausa. Y vale la pena vivirla con intención.

El pelotón y la parada para tomar agua
Era de madrugada. El cielo empezaba a teñirse de un azul suave, apenas insinuando el amanecer. Más de 2,000 personas se aglomeraban en la línea de salida de la media maratón. Eran las 5:15 a. m. y el ambiente se sentía eléctrico. Se escucharon los fuegos artificiales de salida y todos comenzaron a correr. Luces cruzaban el cielo y sacaban sonrisas nerviosas. Algunos cerraban los ojos para concentrarse, varios se tomaban fotos, otros simplemente respiraban profundo. Cada uno con su propia historia, su propio camino, su propio “por qué”.
Y entonces, comenzó.
El sonido de los zapatos sobre el asfalto fue el primer indicio de que ya no había vuelta atrás. La ciudad aún dormía, y nuestro presente era estar ahí. Los primeros kilómetros fueron una mezcla de emoción, euforia y desorden. Un pelotón inmenso que parecía moverse como un solo cuerpo. Sin embargo, bastaron unos cuantos kilómetros para que ese cuerpo se empezara a desarmar.

Ritmo sin estrategia
Algunos se iban quedando atrás por una simple razón: no estaban preparados físicamente. El entusiasmo, el deseo de cumplir el reto o incluso la presión social los hizo presentarse en la línea de salida… pero no era suficiente. La respiración se volvió pesada, las piernas dolían más de lo esperado. Cada paso parecía un castigo. Algunos intentaban continuar, otros aceptaban que no era su día. Y aunque no lo decían en voz alta, sabían que no habían entrenado lo suficiente.
Otros venían con fuerza física. Se notaba en sus pasos largos, en su ritmo decidido, en la seguridad con la que salieron. Pero cometieron un error común: no tener una estrategia. Corrieron como si la meta estuviera en el kilómetro diez. Se dejaron llevar por la adrenalina. Quemaron su energía demasiado pronto. No escucharon a su cuerpo. Y antes de llegar a la mitad del recorrido, sus músculos temblaban, el corazón se desbordaba y el paso firme se convertía en un trote doloroso. A veces, la fortaleza mal gestionada es una trampa silenciosa.

Correr con intención
Entre esos extremos, estaban los atletas de alto rendimiento. Los que han recorrido este camino muchas veces. Los que se entrenan durante meses, afinan cada detalle y convierten su cuerpo en una máquina bien calibrada. Conocen la ruta, dominan el ritmo y su sola presencia impone respeto.
Pero esta reflexión no es sobre ellos.

También estaban los otros. No eran los que más llamaban la atención. No lideraban el grupo ni iban al final. Pero había algo diferente en su forma de moverse: tenían control. Su paso era constante, como el tic-tac de un reloj. Su mirada iba adelante, no en los demás. Respiraban profundo, dos veces por nariz, una por boca. Cada decisión —hidratarse, apretar, soltar, mirar el paisaje— estaba pensada. Habían entrenado con cabeza y corazón. Sabían que la media maratón no se gana en los primeros quince kilómetros.
Corrían en sintonía con su cuerpo, con su mente y con la ruta. No necesitaban validación ni gritos de aliento. Sabían lo que hacían. Sabían por qué lo hacían. Y eso los hacía avanzar. Firmes. Seguros. Sin perderse.
En una carrera como esta, la velocidad es solo una parte. Lo que realmente marca la diferencia es la conciencia con la que corrés. Quienes entienden eso no solo llegan a la meta: llegan con propósito.
Pero esta reflexión no es sobre ellos.

Hubo un momento que se me quedó grabado.
Uno de los punteros, con técnica perfecta y ritmo fuerte, hizo algo inesperado. En el punto de hidratación del kilómetro 16, se detuvo a tomar agua. Solo fue un sorbo, apenas unos segundos. Pero en esa pequeña pausa, el pelotón lo sobrepasó. No con violencia, sino con ritmo. Cuando intentó retomar su lugar, ya era tarde. Había perdido el impulso.
Y ahí entendí algo.
¿Qué pasa si, en medio del mundo tan acelerado en el que vivimos, decidís parar solo un momento?
¿Te tomás un respiro?
¿Te das permiso de pensar, sentir… reconectar?

Una pausa, un propósito
La vida no se detiene. El mundo no espera. Y muchas veces, parar —aunque es necesario— también tiene un costo.
Vivimos en un tiempo donde todo se mueve demasiado rápido. Las oportunidades van y vienen, las tendencias cambian, la tecnología avanza a una velocidad que asusta. Y uno tiene que preguntarse:
¿Corro con intención o solo reacciono al ritmo del mundo?
¿Avanzo hacia algo real o simplemente dejo que la corriente me lleve?
¿Lo que hago hoy me acerca a mi mejor versión?
¿Vivo con propósito o simplemente existo en automático?

No se trata de tener prisa.
Se trata de tener propósito.
De moverse, sí, pero con conciencia.
De tener la disciplina para prepararte, y la inteligencia para saber cuándo acelerar y cuándo guardar energía.
Sobre todo, de no perder la curiosidad. Porque eso es lo que te mantiene vivo.
Además, no corrés solo.
En medio del trayecto, también hay personas a tu lado. Gente que, incluso en el cansancio, te mira, te anima, te dice “vamos” sin palabras. Personas que no solo comparten la ruta, sino que te recuerdan por qué estás ahí.
Son quienes te sostienen en los kilómetros más duros.
Te acompañan sin exigirte nada, solo con su presencia.
Y logran sacar lo mejor de vos cuando sentís que ya no podés más.
Eso también hace la diferencia.

Mejor que vale la pena
Hoy no escribo esto como una lección, sino como una conversación conmigo mismo. Una pausa intencional en medio del ruido. Para recordarme que cada día importa. Que la carrera no es contra otros, sino conmigo. Y que si voy a correr esta vida, que sea con intención. Que valga la pena.
Porque al final, en la media maratón —y en la vida— no se trata solo de llegar…
Se trata de cómo llegás.
Con el cuerpo entero.
La mente despierta.
Y el alma, presente.
No gana quien corre más rápido.
Tampoco quien no se detiene.
Gana quien entiende por qué corre… y para qué.

Tal vez no todos corremos una media maratón. Pero sí enfrentamos momentos en los que debemos decidir si seguimos corriendo sin pensar… o si hacemos una pausa, tomamos aire y volvemos con intención.
Esa pausa puede ser una conversación, un recuerdo, o simplemente ese gesto que te reconecta contigo: detenerte, respirar, sentir.
Si en medio del caos diario lográs encontrar un instante que te recuerde quién sos y hacia dónde vas… entonces ya estás corriendo con propósito.
Y quizá —como me pasó a mí—, ese momento de pausa puede comenzar con algo tan simple como una buena taza de café. Si querés profundizar en la idea de moverse con intención, este artículo de Harvard Health es un buen punto de partida.